Estado de los alumnos en la pandemia:
entre el aburrimiento y el estrés, una reflexión
Dr. Héctor Darío Aguirre Arvizu
20-06-08
De acuerdo a lo que se nos ha informado, los jóvenes en resguardo ante la pandemia se sienten ABURRIDOS y ESTRESADOS.
Etimológicamente hablando, lo ABURRIDO es aquello que no nos asusta y no nos pone los pelos de punta. Lo que no nos pone "los pelos de punta”, no nos pone en la más mínima alerta, en el sentido más biológico.
Por otra parte, si los jóvenes se sienten ESTRESADOS eso quiere decir que están en el extremo de la estimulación (de lo que produciría horror), es decir, están sobreestimulados, tienen demasiadas tensiones acumuladas y no pueden sacarlas. Y explico.
La alerta básica es un estrés normal o natural, que nos invita a movernos, y está condicionado por un proceso evolutivo, no dependiente de la cultura o las preferencias de las personas. Ser estimulados y estresarnos mínimamente para movernos es sano.
El estrés está siendo entendido aquí como una preparación del cuerpo, condicionada evolutivamente, para la acción, teniendo tres posibles reacciones:
a) ataque a aquello que produce una irritación o agresión,
b) huida del lugar para alejarse de la agresión,
c) el congelamiento temporal por medio de contracción muscular, que prepararía para una huída súbita.
Nuestras acciones son controladas por el sistema nervioso, entendido precisamente, como un sistema, como un todo organizado de partes, jerárquicamente dependientes, con propiedades emergentes no deducibles de las propiedades de las partes, con una gran retroalimentación interna y externa, así como subsistemas de redundancia. El sistema nervioso es uno de procesamiento de información de entrada, dado por los sensores, que produce una acción: movimiento controlado.
Nuestro problema en la sociedad y cultura actuales es que estamos saturados de estimulaciones que nos producen pequeños y grandes estreses (reflejados en contracciones musculares) que se van acumulando, y no contamos con formas de acción que nos permitan descargar las contracciones musculares de modo suficientemente rápido y continuo.
Dicha acumulación de estrés no descargado puede llevar al sistema humano completo a la inmovilidad, al desorden (descontrol de la corteza cerebral), a la falta de energía, a la fatiga (desgaste de mecanismos bioquímicos de acción de los órganos y los músculos- la fatiga se vive como agotamiento, como cansancio, incluso como “aburrimiento”), es decir, a no poder movernos por falta de energía.
Pero también podemos llegar al congelamiento de nuestro ser (mente, cuerpo y espíritu), a no movernos por engarrotamiento, por tensión muscular constante (casi hasta la tetanización, como cuando nos dan calambres). Luego entonces, no nos movemos por exceso de contracción muscular por demasiada energía, lo cual se vive, paradójicamente, como falta de energía.
Si la estimulación o agresión es súbita e intensa se puede llegar al bloqueo del sistema nervioso y de allí a otros niveles del sistema llamado SER. Se podría alcanzar incluso un trauma, que es una inmovilización en algún campo de la vida.
Para la sobrevivencia requerimos de un mínimo de estimulación del exterior, de tal manera que nos estresemos temporalmente, estimulación que nos lleve a movernos hacia un objetivo o para alejarnos del peligro y con ello se descargue el estrés por perdida de la contracción muscular generada.
Por otra parte, la autoestimación, es decir, lo que surge de uno mismo y nos lleva al movimiento, es un proceso biológico dado por la curiosidad innata (que produce exploración en el medio ambiente), la cual se formó a lo largo de la evolución y es la base del proceso de cambio y adaptación del sistema nervioso llamado aprendizaje que nos lleva a tener memoria de lo que funciona y no funciona para la sobrevivencia. En ese sentido el aprendizaje es un proceso de origen biológico y no intelectual.
El temperamento es la respuesta biológica con la que cada persona nace para el movimiento hacia la obtención de satisfactores como la alimentación y la reproducción (el hambre nos estresa y orienta a buscar comida, la excitación sexual nos lleva a la descarga por medio de la cópula).
En principio ninguna persona, considerada su biología, debería ser falta de curiosidad, ya que ésta le lleva a aprender, pero la cultura, a través de la educación, modula, regula, inhibe o desaparece la curiosidad innata a conveniencia de intereses en diferentes niveles.
La cultura y sociedad deberían, en principio, educarnos para orientar nuestra motivación interna hacia un objetivo, digamos, útil. Y de hecho lo hace, nada más que no hay consenso de qué sería “útil” más allá de la sobrevivencia. Cada cultura forma sus objetivos de educación (con sistema educativo formal y sin él) de acuerdo a valores e intereses (a veces de las clases gobernantes, a veces por costumbre e inconsciencia) o por diversas razones.
Un sistema educativo basado en el conocimiento y no en la moral o los intereses de clase, indicaría qué aspectos de la exploración sería bueno fomentar y cuáles conviene inhibir ya sea para beneficio del individuo o de la sociedad. Lo más común hasta ahora, es que la educación inhiba en exceso los impulsos de exploración curiosa, hasta anularla y hacer que el individuo “se acomode” al sistema social y prefiera no hacer nada sino hasta que se lo indiquen (aprende a “nadar de muertito”, o hasta que se ve liberado de sus “captores”.
Una buena educación produciría que los individuos tuvieran una suficiente estimulación interna para lograr sus objetivos (de hecho para que vaya formándolos) pero también una suficiente inhibición para considerar la presencia de otros, ya que vivimos en sociedad.
La estimulación interna suficiente puede llevarnos a un movimiento para el logro de objetivos personales, desde los más básicos hasta los más intelectuales (recordando la pirámide de Maslow). Desgraciadamente en muchos casos se llega a inhibir la curiosidad, lo que hace desaparecer la motivación interna para bienes comunes pero la permite para beneficios personales que podrían producir un perjuicio individual.
Cuando no aprendemos a estimularnos nosotros mismos a objetivos, o aprendemos que es adecuado hacerlo solamente bajo ciertas circunstancias o por medio de ciertos estimulantes, nos vamos a mover pero no por nuestro fuero, entonces caemos fácilmente en inmovilidad que es expresada como aburrimiento. Muchos adultos han aprendido a desaburrirse por medio de ir a lugares estimulantes como bares, viajes, hacer fiestas o ingerir drogas como alcohol, tabaco u otras. Cuando a ese tipo de adultos se les plantean otras posibilidades de acción que no aburren como leer, tomar cursos, practicar deporte o similares, les parece imposible o que quien lo hace es un ñoño.
Pero regresando al primer asunto, el aburrimiento, en nuestra cultura lo aburrido es tomado, normalmente, como lo que no nos gusta, nos desanima, no nos da “ganas” (nos desgana), nos deja sin deseos de hacer cosas, con falta de energía. Podemos decir que la persona que se siente aburrida está falta de estimulación, externa o interna. El joven estudiante requiere de ser estimulado lo suficiente para moverse pero al mismo tiempo necesita aprender a estimularse para actuar.
Nosotros aprendemos familiar, social y culturalmente a reconocer lo aburrido. Lo que en un grupo es aburrido en otro es estimulante. Si alguien está aburrido atribuye al exterior su aburrimiento ya que considera que lo que vive debe ser estimulante (por condicionamiento cultural). No considera que haya aprendido a aburrirse (a desganarse, a no ser estimulado por un tipo de exterior) por el ambiente en que vive. Y tampoco considera que se aburre a sí misma porque no sabe estimularse o solamente ha aprendido a estar inhibida.
Los videojuegos son estimulantes y motivantes a seguir jugándolos ya que están diseñados en función de los mecanismos básicos de aprendizaje: clásico o pavloviano y condicionante o skinerniano. Lo mismo ocurre con los espectáculos como el cine, las luchas libres y los deportes, aunque no tanto como el teatro, y en muy poca medida la educación (sobre todo en la fase pavloviana).
Cuando el joven aprende a aburrirse, por la cultura, la publicidad, la influencia familiar, las expectativas, no importa qué estimulación, pequeña o grande, novedosa o común, se le de, va a decir que se aburre. Pero incluso llegará a decir que “algo” le aburre aunque no conozca de qué se trata, con el puro hecho de que se le ponga un nombre que no le estimule. Estimula más decir que algo es secreto, misterioso, prohibido, “lo que no sabías…” que usando palabras como educación, materias, escuela y semejantes.
Si nuestros jóvenes están ABURRIDOS y ESTRESADOS, están en los extremos de un continuo, entre la falta de estimulación interna y externa adecuadas para que se muevan a hacer “cosas” y la sobreestimulación por el resguardo, los medios tradicionales y actuales, el poco espacio de desarrollo, las obligaciones escolares, la presión de ver a su familia todo el día y otros estresores, lo que puede inhibidlos a hacer actividades escolares u otras (esto independientemente de si cuentan con medios de comunicación como el internet, cuya falta o presencia puede ser un estresor en sí).
Lo que nos viene a los maestros es establecer estrategias didácticas que canalicen las energías excesivas malamente acumuladas para que los jóvenes pasen de la mejor manera esta fase de su vida, y logren los aprendizajes básicos para vivir el futuro en incertidumbre, instabilidad, necesidad de tomar decisiones y actuar.
D. R. 2020 Darío Aguirre